LA HACIENDA DE CIÉNEGA
Del Pastor-en la Nueva Galicia
Durante el virreinato de la ganadería menor al arrendamiento
*CONTEXTUALIZACION
Los tratados de Velasco se firman en 1836 y tratan principalmente de la admisión de la Independencia de Texas y el retiro de las fuerzas mexicanas al otro lado del río Bravo
En 1846 surge el conflicto armado entre Estados unidos y México .Los norteamericanos vencen al ejército mexicano en 1847 y la rendición de México se firma el 02 de febrero de 1848 (mismo que es ratificado el 30 de mayo del mismo año).
La rendición posterior de la nación ante la invasión norteamericana de 1846 – 48 cuesta al país la pérdida de más de la mitad del territorio nacional, 2 millones 400 mil kilómetros cuadrados. Se compone de los territorios que ahora comprenden los estados de California, Nuevo México, parte de Utah, de Wyoming, de Arkansas y de Arizona. Es mediante el tratado conocido como Guadalupe – Hidalgo que se da esta cesión de terreno y se ratifica lo convenido desde los tratados de Velasco que la frontera con México se delimita por el río Bravo. El presidente James K. Polk, le declara la guerra a México por un conflicto entre mexicanos y norteamericanos en el Carricitos, al sur del río Nueces que es frontera entre Texas y Coahuila, territorio mexicano y no estadounidense
La pérdida del territorio nacional no termina ahí, en 1853 se vende la Mesilla, del cual se deriva el nombre del Tratado de la Mesilla (o de Gadsden), donde se pierden otros 77 mil kilómetros cuadrados, terrenos comprometidos desde los tratados de Velasco y que son vendidos por Antonio López de Santa Anna.
1854 En la dictadura de Santa Anna, un decreto redujo los 16 partidos en que se dividía el estado de Jalisco . Éstos eran Guadalajara, Lagos, Teocaltiche, La Barca, Zapotlán el Grande, Etzatlán, Ameca, Autlán, Tepic, Ahuacatlán y Colotlán. Era gobernador y comandante general José María Ortega.
En este trabajo de manera breve el investigador Ramón Goyas Mejía analiza trescientos años de historia de la hacienda de Ciénega, destacando su conformación, así como las trasformaciones económicas que tuvo previo a su disolución final durante el siglo XIX.
LA HACIENDA DE CIENEGA DEL PASTOR EN EL MUNICIPIO DE ATOTONILCO eL ALTO
Ubicada a menos de cien kilómetros de Guadalajara —entre las jurisdicciones de Tepatitlán y La Barca—, Ciénega, fue una de las propiedades más extensas de la Nueva Galicia; sin embargo, su tamaño e importancia económica no han motivado estudios para entender su funcionamiento, auge y decadencia. Este ensayo pretende aportar nuevo conocimiento historiográfico sobre la misma e insertarse en el debate sobre la conformación de los latifundios en México.
Nació bajo una coyuntura histórica que abarca de 1540 a 1650 aproximadamente, relacionada con una serie de factores entre los que destacan la merma de la población aborigen, las relaciones de poder entre las elites de la época, así como la ubicación estratégica del área, atractiva para grandes ganaderos del centro de México por sus condiciones naturales propicias para la cría de ovejas y su relativa cercanía de los mercados virreinales.
La ubicación estratégica del área, atractiva para grandes ganaderos del centro de México por sus condiciones naturales propicias para la cría de ovejas y su relativa cercanía de los mercados virreinales. De este modo, el trabajo da cuenta de la vinculación que el centro de la Nueva Galicia guardó con ganaderos prominentes del Bajío y de ciudades como Valladolid y Querétaro.
En el segundo apartado denominado "de la cría de ovejas al arrendamiento de tierras", mediante datos económicos de diversos momentos históricos de la hacienda, se destaca como se va imponiendo la renta de tierras del latifundio convirtiéndose en la fuente principal de recursos en detrimento de la cría de ganado menor, actividad centenaria que había sido preponderante no sólo de Ciénega, sino de diversos latifundios de la alcaldía mayor de Poncitlán en la Nueva Galicia.
El 29 de septiembre de 1541, se puso en marcha hacia la Nueva Galicia el virrey Antonio de Mendoza con un formidable ejército de más cincuenta mil hombres, Al pasar cerca de Poncitlán arrasó el área y destruyó Coyna, el poblado principal donde los indígenas locales se habían fortificado para tratar de resistir al ejército del Virrey, luego de lo del Mixtón, se dice que perecieron cinco de cada seis indígenas alzados. El resultado de dicha guerra fue una redistribución de congregaciones indígenas.
La situación fue distinta en los valles de Coyna, Atotonilco, y las planicies de Ayo, Arandas y las montañas del Cerro Gordo. A excepción de Atotonilco, Tototlán y Zapotlán del Rey, el resto del territorio donde se expandió la hacienda de Ciénega se mantuvo sin pueblos indios.
La Real Audiencia de la Nueva Galicia, en especial, cuando fue su presidente Santiago de Vera, otorgó a vecinos de Guadalajara gran cantidad de sitios y caballerías de tierra en la alcaldía de Poncitlán cuya sede luego se cambió a La Barca.
El origen de la hacienda de Ciénega se encuentra en una serie de sitios de tierra que comenzó a acaparar el conquistador Andrés de Villanueva. Este encomendero del pueblo de Atotonilco ( el Alto) y también regidor de Guadalajara fue conformando una propiedad considerable mediante la compra de tierras a diversos dueños.
Otros sitios, en cambio, los recibió por merced de las autoridades o por herencia. Con estos y otros bienes logró que el 15 de julio de 1568 se le concediera licencia para constituir mayorazgo. De éste, las tierras pasaron a sus hijos Juan y María de Villanueva, quien quedó como heredera del mayorazgo en virtud de la muerte del primero. Posteriormente, las tierras se vendieron al capitán Marcos García de Sotomayor, quien era un prominente ganadero de la ciudad de Santiago de Querétaro y a Tomás González de Figueroa, alférez real de la ciudad de Valladolid.
Marcos García de Sotomayor compró gran cantidad de tierras en el occidente de México, como lo prueba el hecho de que durante el siglo XVII era dueño también de amplias zonas de los valles de Tala y Cocula.
Tomás González de Figueroa por su parte, era un poderoso ganadero que también había incursionado en la obtención de mercedes de las autoridades virreinales y en la compra de las mismas. Ambos personajes tienen más en común: con su llegada tendieron a desplazar a encomenderos hijos de conquistadores y a las elites locales de Guadalajara del control de la tierra.
Con características trashumantes, los hatos de borregos de estos ganaderos se movían año con año desde Querétaro y Valladolid hasta los llanos de la Nueva Galicia y la carne y la lana que obtenían se comercializaba en la ciudad de México a principios de siglo XVII.
La acumulación de tierras que lograron tanto Tomás González de Figueroa como Marcos García de Sotomayor no sólo fueron el antecedente de la hacienda de Ciénega, sino de otros importantes latifundios que florecieron durante el virreinato en el actual estado de Jalisco, entre los que se pueden mencionar Santa Ana Pacueco, Cuisillos, Huaxtla, Milpillas, Cerro Gordo (Trasquila). Este fenómeno que abarca la última mitad del siglo XVI y las primeras décadas del siglo XVII coincide también con la merma más fuerte de la población indígena. En esta época vemos también que los límites entre las distintas propiedades no habían sido aún establecidos con exactitud, tal situación debió estar relacionada con el poco valor que aún tenía la tierra de los valles aledaños a Ocotlán y Atotonilco.
Volviendo a la conformación de Ciénega, diremos que para 1600, Marcos García de Sotomayor y Tomás González de Figueroa habían logrado adueñarse por separado de prácticamente todas las tierras de los valles de Coyna y Milpillas. Dado que los sitios comprados por ambos ganaderos estaban imbricados en tierras del otro con los inconvenientes que ello implicaba, en 1612 decidieron cederse mutuamente los sitios que tenían en el polígono del otro. De este modo quedó todo el valle de San Silvestre o de Milpillas para Tomás González de Figueroa y el valle de Coyna y sus adyacentes para el capitán Marcos García.
Gabriel Sotomayor heredó de su padre Marcos García las propiedades de Ciénega. El alférez Tomás González de Figueroa heredó a José de Figueroa y Campofrío sus propiedades. En 1645, Joseph de Figueroa había compuesto 98 sitios de ganados mayores y menores más 213 caballerías en las jurisdicciones de La Barca y Colimilla por lo cual pagó mil pesos ante las autoridades de la Nueva Galicia. De este dueño, La gran extensión detentada tendió a fragmentarse. La mayoría de sus bienes los cedió a los Campofrío y Sámano, quienes en 1631 vendieron diversos sitios a la hacienda de Ciénega.
Otra parte de las tierras que acaparara Tomás González de Figueroa, constituyeron la hacienda de Milpillas. Su hijo Joseph de Figueroa y Campofrío, vendió los sitios del valle de Milpillas a Juan de Sotomayor, vecino de la jurisdicción de Celaya en la Nueva España. Este dueño heredó las tierras a su única hija Mariana de Guzmán y Sotomayor, la cual casó con el capitán Sebastián de Andía, importante criador de ganados, vecino y dueño de tierras en el distrito de Acámbaro. En 1638, este personaje presentó los títulos de la hacienda de Milpillas, la propiedad constaba de diez sitios de ganado mayor, tres sitios de menor y cuatro caballerías, es decir, alrededor de veinte mil hectáreas que utilizaba de agostadero de ganado en el valle de Atotonilco. Con el tiempo, Sebastián de Andía y su esposa vendieron estas tierras y las de la hacienda de Cerro Gordo al capitán Pedro Albarrán Carrillo.
El 5 de marzo de 1681, el capitán Alonso de Estrada Altamirano, alférez real de Celaya y bisnieto del capitán Marcos García de Sotomayor, compró a Francisco de Estrada y a su madre doña Luisa de Castro, 18 sitios de ganado mayor y menor con sus caballerías correspondientes por 5,500 pesos. Miguel de Estrada y Águila, hermano de Francisco de Estrada, vendió a Alonso de Estrada Altamirano la hacienda de Tarimoro el 26 de noviembre de 1687, la cual se ubicaba en la jurisdicción de La Barca, por cuatro mil pesos de censos que se debían al convento de Jesús María de Guadalajara. Se trata de las mesetas que desde Arandas se extienden hasta Degollado, pasando por los actuales municipios de Jesús María y Ayo, con lo cual Alonso de Estrada amplió aun más sus propiedades.
En 1696, cuando Nicolás Hurtado de Mendoza, comisario de Colimilla y Matatlán hizo las mediciones de la hacienda de Ciénega, sus títulos la amparaban en 66 sitios de tierra de ganado mayor, 38 sitios de ganado menor y 134 caballerías. Es decir, poco más de 150 mil hectáreas, de las que el tres cuartas partes se habían entregado en forma de sitios grandes. El cuaderno de títulos primordiales de la hacienda de más de 80 hojas, registra la merced más antigua de un sitio de ganado mayor y una caballería hecha al conquistador Francisco de la Mota, la cual fue confirmada por el virrey Antonio de Mendoza el 20 de noviembre de 1539, y la última merced el 4 de octubre de 1607, concedida por la Real Audiencia de Guadalajara a Antonio Veles de Vargas, quien fuera alcalde de primer voto en el cabildo de la ciudad de Guadalajara y comprador de tributos. Muchos beneficiarios con sitios de ganado mayor y menor que luego pasaron a la hacienda de Ciénega habían sido soldados de Nuño de Guzmán. Personajes como Juan de Villaseñor, Diego de Colio Berbén, Diego de García, Juan de Zaldivar, Juan Michel, Diego Vázquez, Andrés de Villanueva entre otros. Otros de ellos, como Juan de Monteverde, Martín Casillas, Pedro de la Plaza o Diego de Porres, habían sido funcionarios de la Real Audiencia de la Nueva Galicia, cargos que debieron aprovechar para beneficiarse con mercedes de tierra
Tampoco es fácil seguir la pista a la gran cantidad de mercedes con que se constituyó el latifundio de Ciénega, debido a que hasta antes de 1728 agrupaba muchos de los sitios que posteriormente pasaron a la hacienda de Santa Ana Pacueco. Esto ha implicado que muchas mercedes que a fines del siglo XVIII se contaban a nombre de Santa Ana Pacueco, durante el siglo XVII, estaban registradas como sitios de tierras de la hacienda de Ciénega. Para complicar más este cotejo, se debe considerar que durante el siglo XVII, hubo permutas de sitios de ganado mayor y menor con las haciendas de Milpillas y Cerro Gordo pero al parecer nunca se entregaron con los títulos respectivos.( Latifundio importante en los Altos fue el de la Hacienda de Milpillas; propiedad que se mercedó varias veces; por lo que su dotación definitiva data de 1645, cuando don Sebastián de Anda – y no Andía -celebró una composición de tierras sobre las Haciendas de Milpillas y Cerro Gordo”. Gaspar Ventura González de Castañeda y Medina . Fundadores de San Ignacio.- a-. Desde 1842 la propiedad de la Hacienda de la Trasquila estaba en manos de don Manuel Castañeda; pero a la muerte de éste, ocurrida posiblemente en 1854, tuvo lugar la separación definitiva del mayorazgo de Cerro Gordo y Milpillas.
Otro problema evidente en los títulos legales que poseían los dueños de la hacienda de Ciénega, es que durante el siglo XVII pero sobre todo en el siglo XVIII, hubo ventas de tierras a estancieros provenientes de Michoacán o del centro de los Altos de Jalisco que no recibieron el documento respectivo de merced primordial, ya que el sitio o sitios vendidos estaban contenidos en un solo título de varios sitios de tierra con el cual decidía quedarse el dueño en turno de Ciénega por su seguridad. Además, junto con esta abigarrada cantidad de títulos de tierras, Alonso de Estrada poseía otros sitios dispersos.
Hubo personajes políticos que trabajaron para los Estrada, como Andrés Pardo, Oidor de la Real Audiencia de México, quien a fines del siglo XVII promovió una serie de medidas para evitar que le fueran arrebatados a la hacienda de Ciénega los sitios de Acámbaro, Moctezuma, Gapajécuaro y Mezquites. Luego, después de un conflicto con Diego de Puga Villanueva por ocho sitios de ganado mayor, seis de menor y 16 caballerías de tierra, que se le adjudicaron también al capitán Estrada Altamirano, en dicha medición la Real Audiencia de la Nueva Galicia formalmente sólo le reconoció 53 sitios y medio de ganado mayor, 36 de menor y 155 caballerías. Aparte, como ya se dijo, recibió y compuso ante Francisco Feixoo Centellas, las haciendas de Tarimoro, Querámbaro y el sitio de la Sierra de San Francisco, el único realengo, por sólo 550 pesos. Estas últimas tierras debieron ser diez sitios de ganado mayor, seis de menor y 19 caballerías que no se midieron, más los 18 sitios que compró a los Estrada.
Ya para morir, Alonso de Estrada Altamirano, además de Ciénega era dueño de las haciendas de Mesillas, Santa Ana Pacueco y Tarimoro, ubicadas en la Nueva Galicia, en la Nueva España, poseía también las haciendas de San José de Bravo, Santa Lucía, Royos, y San José de las Palmas.
En síntesis, desde la segunda mitad del siglo XVI y hasta las primeras dos décadas del siglo XVII, se entregaron mercedes primordiales de tierras en la zona, las cuales poco a poco fueron acaparadas por algunos ganaderos del centro de la Nueva España, y, es en esa coyuntura en que se consolida la hacienda de Ciénega.
Entre 1692 y 1695, Francisco Feixoo Centellas, oidor y juez supernumerario de tierras de la Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y provincias subalternas, confirmó las concesiones de tierras que hiciera Cristóbal de Torres y legalizó los títulos defectuosos" de muchas de estas grandes propiedades mediante el pago de una moderada cantidad.
La hacienda que nos ocupa tiene más en común con otras grandes propiedades neogaláicas. Al igual que otros latifundios aledaños a Guadalajara, para principios del siglo XVIII, Ciénega había alcanzado su extensión máxima.Es de destacar también que, difiriendo de otros autores, el área había dejado de ser tierra fronteriza, para convertirse en una zona intermedia entre Guadalajara, El Bajío y Zacatecas a través de una compleja red de caminos.
La ausencia de actividades agrícolas en la hacienda de Ciénega es un elemento que vale destacar para inicios de 1700. A pesar de la fertilidad de sus tierras planas, éstas se utilizaban para cría de ganado menor y en los agostaderos de Santa Ana, Los Altos y Tarimoro, pastaban importantes manadas de reses, mulas y caballada. Es decir, mientras que en los llanos del sur de Tepatitlán, se siguió privilegiando la cría de ovejas, en los alrededores de Ayo y el norte de Atotonilco, esta hacienda contaba con grandes hatos de ganado mayor.
DE LA CRÍA DE OVEJAS AL ARRENDAMIENTO DE TIERRAS
Ciénega fue durante el siglo XVII una extensión territorial dedicada casi exclusivamente al pastoreo de ovejas. Su vocación confirma lo señalado por varios cronistas de los siglos XVI y XVII respecto a los enormes hatos de ganado menor que año con año eran trasladados desde Michoacán, Toluca y Querétaro a las llanuras de Atotonilco y La Barca, al norte del Lago de Chapala.
A la muerte de Alonso de Estrada Altamirano, el 6 de marzo de 1702, Pedro Sánchez de Tagle, un importante mercader de plata de la ciudad de México, compró las haciendas de San José de Bravo, Ciénega, Santa Ana Pacueco, Ocotes, Cuisillos, llanos de Huaxtla y otras, por 160 mil pesos.
Desde tiempos de Alonso de Estrada, también se daba el arrendamiento de tierras, sin embargo, no era una actividad bien vista. Al contrario, Alonso de Estrada —tal vez previendo la pérdida de tierra con dicha práctica— siempre se opuso a la renta de ranchos dentro de sus haciendas y soportaba a los arrendatarios debido a acuerdos y contratos que se llevaban a cabo por varios años. En 1696, el capitán Alonso de Estrada Altamirano, por ejemplo, había conseguido una orden de las autoridades de la jurisdicción de La Barca para lanzar de sus tierras a todos los que estuviesen introducidos, sin que al parecer haya podido hacer mucho en su intento.
Durante el periodo en que Pedro Sánchez de Tagle, segundo marqués de Altamira fue dueño de Ciénega, la cría de ovejas y el arrendamiento de tierras coexistieron aunque paulatinamente fue ganando importancia la renta de ranchos. Pedro Sánchez de Tagle falleció en 1724; su viuda, la marquesa Luisa María Sánchez de Tagle murió a fines de 1728, pero pocos meses antes decidió dividir sus bienes y entre ellos separar definitivamente las haciendas de Santa Ana Pacueco y Ciénega.
La hacienda de Ciénega le quedó a doña María Antonia Sánchez de Tagle esposa de un peninsular llamado Juan Manuel de Argüelles y Miranda, contador real de la Caja de Pachuca. La hacienda de Santa Ana Pacueco, pasó a manos de Manuela Sánchez de Tagle, tercera marquesa de Altamira quien se había casado con su primo Pedro Pérez de Tagle. En ese entonces, se consideraba a Ciénega como hacienda de ganados menores, en cambio, Santa Ana Pacueco estaba considerada hacienda de ganados mayores.
Dado que algunas tierras que estaban adjudicadas a la hacienda de Ciénega pasaron a Santa Ana Pacueco, Ciénega quedó con 61 sitios de ganado mayor y menor y 132 caballerías de tierra con merced de herido de molino. En total, los sitios de Ciénega fueron valuados en 67,790 pesos.41 Interesante es ver la composición de sus bienes muebles. En 1728 cuatro grandes rubros componían lo detentado por la hacienda: ganado menor, ganado mayor, maíz y adeudos de trabajadores. Según Juan Yañez, mayordomo de la hacienda de Ciénega, sus ganado menor era el siguiente: 90,205 ovejas y carneros de todas las edades y condiciones, valuados en 45,520 pesos. Es decir, su valor promedio era de poco más de cuatro reales por cada cabeza de ganado. Contaba además con 1,045 cabras y cabritos, cuyo valor se tasó en 309 pesos.
De mulada, se contaba con 157 bestias, las cuales se tasaron en 2,282 pesos. El número de caballos y yeguas era de 715 y su valor era de 2,576 pesos. El valor promedio de una mula, —muy apreciada durante el virreinato por su resistencia al trabajo—, oscilaba en poco más de 14 pesos; un caballo costaba poco menos de 4 pesos.
Respecto a los cereales, sólo se registraron 250 fanegas de maíz en la troje de Monte Redondo, los arrendatarios debían también 504 fanegas, mismas que fueron contabilizadas. En esa época, la fanega estaba tasada en cuatro reales, por tanto, el valor total del maíz era de 377 pesos.
En total, dado un error en las cuentas, el menaje se calculó en 41,664 pesos. La última parte de los bienes de Ciénega estaba constituida por adeudos de trabajadores y rancheros vinculados a la hacienda. Sus sirvientes debían 1,821 pesos dinero que se les iba rebajando de su salario; 520 pesos debían diversas personas a cuenta de artículos habilitados; 1,052 pesos debían diversos arrendatarios, y algunos sirvientes huidos adeudaban 1,346 pesos, de los cuales sólo eran cobrables 199 pesos.
Las construcciones no entraron en el conteo, sin embargo, en ese entonces Ciénega no contaba con un casco de hacienda importante, era, en términos generales un enorme agostadero de ovejas. Para darnos una idea de la importancia que tenían los grandes hatos de borregos, basta señalar que su valor equivalía a 67% del valor total de la tierra.
No se ha encontrado un mapa que señale con claridad los límites de Ciénega. Diversos conflictos con pueblos indios aledaños al río Santiago señalan que por dicho punto cardinal éstos marcaron su contorno. Sin embargo, en 1772 se levantaron una serie de mapas de los curatos locales que ayudan a ubicar al menos donde se encontraba la casa principal de la hacienda y cuales eran los centros de población en los distritos de La Barca, Atotonilco y Poncitlán.
A la muerte de Juan Manuel de Argüelles y Miranda, doña María Antonia Sánchez de Tagle, decidió heredar su riqueza a su hija Josefa Paula de Argüelles Sánchez de Tagle, su marido Manuel Silvestre Pérez del Camino, era originario de la villa de Castañares en la Rioja, España. Luego de su llegada a México, logró amasar gran fortuna en capital y tierras. Su matrimonio con Josefa Paula de Argüelles consolidó su posición. Juntos fueron dueños de las haciendas de Ciénega, en La Barca y Colimilla; San José Bravo, en la jurisdicción de Querétaro; San Antonio de los Órganos y San José del Maguey, en la de Zacatecas; la hacienda del Torreón, Santa Cruz y la de Río Chico, en la jurisdicción de Fresnillo; y la hacienda de Juana González, en la villa de Jerez; todas estaban reconocidas como de ganados mayores y menores, laboríos, y obraje en una de ellas.
El desglose confirma lo que ya se ha señalado anteriormente, la hacienda servía casi exclusivamente para cría de ovejas.
En 1763, a la muerte de Manuel Silvestre Pérez del Camino quedó como única heredera su esposa Josefa Paula de Argüelles Miranda y Sánchez de Tagle. Gracias a sus haciendas y negocios, en total, a su muerte, su fortuna superaba los 600 mil pesos, sus adeudos en cambio, se valuaron en 80,825 pesos, el resto era capital disponible
El Testamento de Nuestra Señora del Patrocinio de haciendas de Ciénega y Calderón, señala, hacienda comprada en 1757 al general Miguel Román de Nogales y agregada de Ciénega. -b.-( En San Lorenzo del Escorial comenzó el culto a la Virgen del Patrocinio de mano de Felipe IV, promotor de su advocación, en La ciudad de Zacatecas El conde de Santiago de la Laguna, don José de Rivera Bernárdez, construyó y dedicó la capilla de la Bufa, con el título de Patrocinio, como una expresión plástica de los sucesos que iniciaron la historia fabulosa de Zacatecas, el día 8 de septiembre de 1546. La capilla sufrió importantes obras de restauración y fue reinaugurada en 1729).
Se puede observar también que la construcción que funcionaba como casa principal, si es que puede dársele tal nombre, era extremadamente simple. Era de una planta, de adobe, piso de ladrillo y techada con tejamanil y teja. Las otras dos construcciones de que habla el inventario, eran dos cuartos de adobe en mal estado; cualquier estanciero aledaño contaba con una casa igual o mejor. Es decir, la gran cantidad de tierras detentadas por el tesorero de la Real Casa de la Moneda en la Ciudad de México, no correspondía con la imagen de una hacienda común, era más bien un gigantesco agostadero de ganado menor cuyas remesas se enviaban a Querétaro o a la ciudad de México, según la época en la que nos situemos.
Aunque no se menciona cuantos arrendatarios ocupaban tierras de Ciénega, para estas fechas, pagaban en conjunto 1,488 pesos y 850 fanegas de maíz anuales. En la hacienda de Calderón, el pago anual de los arrendatarios era de 312 pesos. El arrendamiento de tierras aun no era fuente importante de ingresos, Además, muchos arrendatarios no pagaban a la hacienda puntualmente, por lo que había un adeudo de 925 pesos que se consideraban incobrables. De 1735 a 1773 se adeudaban otros 1,009 pesos de sirvientes que habían muerto o huido.
Muchas deudas de los trabajadores eran por avío, aunque a veces solicitaban dinero para eventos como bautismos, bodas, entierros o para pagos de limosnas. La hacienda también se encargaba de pagar el tributo de sus trabajadores indígenas pero se los descontaba de su salario. A partir de 1747 se comenzó a llevar un registro de los adeudos de trabajadores que abandonaban la hacienda sin pagar. Para esa fecha, se tenía ya una deuda de 287 pesos por dicho concepto.
Año con año huían entre 9 y 10 trabajadores adeudando a la hacienda y de 1747 a 1801 el promedio adeudado fue de poco más de siete pesos por cada trabajador. Para darnos una idea de lo que este monto representaba hay que señalar que para 1800 en las labores de Ciénega se ganaba de 1 a 2 pesos por semana según la actividad desempeñada. Podemos imaginar que muchos trabajadores se iban debiendo aproximadamente de uno a dos meses de salario adelantado. Al parecer, no hubo formas de evitar esta problemática.
Los administradores de Ciénega pagaban a la parroquia de Atotonilco el Alto 24 pesos y otros tantos borregos por la confesión en cuaresma de sus trabajadores. Durante el siglo XVIII, pagaron también 300 pesos anuales a la iglesia de Nochistlán por réditos de un censo que por 6 mil pesos se impuso de una capellanía por el agostadero de la hacienda de Calderón. A mediados del siglo XVIII, se pagaban también determinadas cantidades de ovejas y lana a las catedrales de Guadalajara y Valladolid por concepto de diezmo debido a que las tierras de la hacienda se ubicaban en ambos obispados
Un litigio con la catedral de Valladolid deja entrever que Ciénega le aportaba poco más de 500 borregos al año y una determinada cantidad de arrobas de lana según las cabezas de ganado menor estimadas. Las ovejas y la lana eran verdaderas monedas de cambio en las transacciones que para la época tenían que realizar los administradores de la hacienda.
Desde las últimas décadas del siglo XVIII y parte del siglo XIX, Ciénega estuvo en manos del Fondo Piadoso de las Californias por la herencia que Josefa Paula Argüelles y Miranda y su esposo hicieron en 1763. Un administrador daba cuenta periódica de las entradas y salidas del latifundio. Las ganancias de la hacienda se entregaban al administrador general del Fondo de las Californias radicado en la ciudad de México. Luego de este cambio de propietarios, Ciénega tuvo altibajos en sus ganancias.
En 1804, según el libro particular de las cuentas de la hacienda de Ciénega, se alcanzó la cantidad más grande de ganado menor. En sus registros se contaban 108,995 ovejas y carneros, de los que 55,715 eran ovejas de vientre, 3,925 eran carneros padres. La razón de este incremento es que al parecer no se estaba vendiendo ni sacrificando ganado menor, debido a los procesos legales que seguían los herederos de Josefa Paula de Argüelles y que incluían entre otros bienes a esta hacienda.
Para el primer día de agosto de 1808, las ovejas de Ciénega se habían reducido a menos de una tercera parte en relación con 1804. En ese año contaba con 34,575 cabezas de ganado menor de todas las edades. Dos días después, una "culebra de agua" mató 1,314 ovejas por lo que dicha cifra volvió a reducirse. De hecho, jamás volvió a recuperar la cantidad de ganado menor que llegó a tener en el pasado. Además, las actividades de la hacienda se habían ido diversificando. En 1807, por ejemplo, había 17 ranchos que dependían del agua de la presa de Milpillas. De esta presa se irrigaban muchas parcelas de trigo y huertas de frutales.
Los últimos datos sobre Ciénega -llamada ya Ciénega del Pastor-, son de la década de 1820-1830, y provienen de las cuentas que presentó José Ildefonso González del Castillo, con motivo de la orden para que fuese el gobierno mexicano quien se encargara de administrar dichas tierras.
Para esta fecha, la hacienda formalmente contaba con las tierras que en 1763 se habían contabilizado. Es decir, 13 sitios de ganado mayor, 8 sitios de ganado menor y 21 caballerías en los valles de Coyotes, Tototlán y Zapotlán del Rey; tenía además, 25 sitios de ganado mayor, 20 sitios de ganado menor y 104 caballerías en las partes altas, en el Cerro Gordo, entre Tepatitlán y Arandas. Las cuentas anteriores no incluían a la hacienda de Calderón, a la cual se le consideraba "agregada". Calderón contaba con 4 sitios de ganado mayor y 2 sitios de ganado menor. Por último, se contaba con un sitio de ganado mayor llamado Palmarejo, en el centro de Los Altos de Jalisco, mismo que por lo aislado y fragoso del terreno, tenía poco valor, y seguramente se rentaba o se aprovechaba en la ganadería. En total, poseía 73 % sitios y 125 caballerías.
En 1827 Ciénega para entonces tenía ya casco de hacienda y cochera techada, caballerizas, trojes más amplias, tienda, capilla, sacristía y cementerio. La advocación de la capilla era a Nuestra Señora del Patrocinio, en la cual se veneraba una imagen de bulto de dicha Virgen, flanqueada a los lados por las imágenes de la Virgen de Guadalupe y de Nuestra Señora de los Ángeles. Sus trabajadores ya no acudían a Atotonilco el Alto para recibir los sacramentos religiosos, puesto que se le pagaba a un capellán para que oficiara regularmente. Junto al casco de la hacienda se habían construido casas para uso del administrador, mayordomo, caporales y otros sirvientes.
Durante el siglo XVII y parte del siglo XVIII, las ovejas se llevaban año con año hacia Querétaro, a la hacienda de San José de Bravo para su trasquila. En 1829, la trasquila se realizaba ya dentro de Ciénega, en el rancho de Los Coyotes. Dicha actividad daba empleo a casi cincuenta trabajadores organizados en cuadrillas y a un grupo de cocineras que se encargaban de su alimentación. Para esta fecha, sin embargo, la hacienda obtenía la mayor parte de sus ingresos del arrendamiento.
¿Cuáles fueron los factores desencadenantes para que el arrendamiento de tierras adquiriera tal magnitud no sólo en Ciénega, sino en un área más amplia del centro de México? Analizando la zona del Bajío —inmediata al espacio que nos ocupa—, David Brading, señala que, a mediados del siglo XVIII, mientras la densidad de la población aumentaba, la competencia para la producción en las haciendas se hizo más severa. Ante esta circunstancia, los terratenientes tuvieron dos válvulas de escape. En primer lugar, algunos hacendados abandonaron toda pretensión de producir y se convirtieron en simples rentistas.
Otra estrategia fue invertir en mejoras y buscar otras líneas de producción comúnmente más intensivas, y para ello se invirtió en presas, cajas para riego, cercos, etc. Si bien, ambas opciones fueron seguidas por los detentadores de Ciénega, la renta de tierras se fue imponiendo. Es probable que, esta situación haya tenido que ver también con el escaso control efectivo del Fondo Piadoso de las Californias sobre la hacienda, así como de una mayor demanda de tierras, lo que a su vez generó mayores ganancias sin intervenir en el proceso productivo, máxime que, como ya se dijo, en los tribunales de México seguían en pie diversas demandas por los bienes de Josefa Paula de Argüelles, entre los que se incluía a Ciénega.
La hacienda de Ciénega pasó por diversos momentos históricos trascendentes. De 1539 a 1607 se repartió la tierra en forma de mercedes casi siempre de sitios de ganado mayor a diversos conquistadores y colonos, tierras que paulatinamente fueron concentradas por prósperos ganaderos del centro de la Nueva España, hasta formar claramente una propiedad grande a mediados del siglo XVII. Es también a principios del siglo XVII en que el área experimenta la mayor disminución de población indígena, no debe extrañar entonces tener a la ganadería menor como predominante en un escenario donde la tierra era abundante y barata, pero la mano de obra era escasa y comparativamente cara. En cambio, a medida que avanzó el siglo XVIII, se comienza a establecer un cuerpo numeroso de arrendatarios, fenómeno que debió ir de la mano con la recuperación demográfica, no sólo de Los Altos, sino en general de la Intendencia de Guadalajara.
Vista desde una contextualización más amplia, Ciénega (con unas 120 mil hectáreas formalmente reconocidas, incluyendo la hacienda de Calderón),al igual que las haciendas que la rodeaban como era Santa Ana Pacueco (con más de 90 sitios de ganado mayor y menor, tal vez unas 150 mil hectáreas, incluidas las tierras ubicadas en el distrito de Pénjamo), Milpillas y Cerro Gordo (con cincuenta sitios de ganado mayor y menor, equivalentes a unas 88 mil hectáreas), Jalpa de Cánovas (con poco más de cincuenta sitios de ganado mayor y menor, o unas 68 mil hectáreas) y las tierras que fueran del marquesado del Villar del Águila (24 sitios de ganado mayor y menor y 26 caballerías, es decir, cerca de 35 mil hectáreas) constituían por sí mismas una subzona bien definida en el sur de los Altos de Jalisco, y, como tal, desde el siglo XVIII esta zona de latifundios que en conjunto reunieron casi medio millón de hectáreas fungieron como área de amortiguamiento de la presión de la tierra en el centro de Los Altos.
Habría que preguntarse por tanto, si más que una estrategia la renta de tierras fue una consecuencia del desequilibrio en la tenencia de la tierra en el nivel local, lo anterior, en vista de la gran cantidad de solicitantes que amenazaban con dividir definitivamente Ciénega y otras haciendas aledañas como posteriormente pasó.
De hecho, a pesar de contar con una presa y tierras favorables para la agricultura, las entradas de recursos por maíz, trigo y garbanzo cultivados directamente por el personal de la hacienda era bajísima, las ventas de todos los cultivos juntos no aportaban ni 9% de los ingresos. El giro principal que la hacienda